La intersección entre clima y finanzas demanda una mirada renovada: frecuencia y gravedad crecientes de fenómenos extremos, nuevas regulaciones y la urgencia de proteger activos. Este artículo propone una guía completa para entender y gestionar los riesgos climáticos desde una perspectiva financiera prudente.
El riesgo climático se divide en físicos y de transición, cada uno con implicaciones distintas en carteras y balances.
Los riesgos físicos son consecuencia directa de fenómenos extremos: huracanes, inundaciones, incendios forestales y sequías. Entre 2010 y 2020, las pérdidas económicas globales asociadas a catástrofes climáticas alcanzaron 1,6 billones de dólares, cifra que dobla la registrada en 1990.
Por otro lado, los riesgos de transición emergen del paso a una economía baja en carbono: nuevas normativas ambientales, cambios tecnológicos y la evolución de las preferencias de los consumidores pueden devaluar activos intensivos en emisiones.
El sector financiero ya sufre el impacto: carteras de inversión han perdido más de 2.000 millones de euros por exposición climática.
Estos riesgos se transmiten a través de varios canales:
Si no se integran de forma sistemática, la estabilidad financiera global puede verse amenazada, amplificando choques macroeconómicos y elevando la volatilidad.
Para medir con rigor estos riesgos se aplican varios enfoques complementarios:
Un ejemplo práctico es la aplicación de curvas de daños vinculadas a la geolocalización de activos: se estima la pérdida económica probable de una planta industrial ubicada en zona inundable bajo distintos escenarios climáticos.
Los bancos centrales y organismos como el BCE, el BCBS y la NGFS han incorporado requisitos de divulgación y capital relacionados con el clima.
Las prácticas recomendadas incluyen:
Por ejemplo, desde 2021 el BCE introduce criterios climáticos en la compra de bonos corporativos, fortaleciendo la alineación con el Acuerdo de París.
Los bancos y aseguradoras deben ver el riesgo climático como parte de su estrategia: no solo mitigación, sino también oportunidades de negocio.
La demanda de bonos verdes y préstamos sindicados para proyectos sostenibles crece exponencialmente, lo que abre un segmento de mercado robusto y resiliente.
La acción coordinada entre sector público y privado es esencial. Los gobiernos deben implementar impuestos al carbono y regulaciones que incentiven la transición.
Al mismo tiempo, el mercado ajusta precios de activos según la percepción de riesgo climático, fortaleciendo la eficacia de los instrumentos públicos.
Existen desafíos significativos:
Coordinación internacional y estándares comunes resultan fundamentales para evitar fragmentaciones regulatorias.
La calidad y disponibilidad de datos climáticos y financieros aún presenta lagunas, lo que limita la comparabilidad entre instituciones.
Asimismo, la innovación en productos financieros exige sistemas de reporte y auditoría adaptados a la nueva realidad climática.
El manejo prudente de los riesgos climáticos combina visión estratégica y adaptación constante. La transparencia, la colaboración público-privada y la innovación serán los pilares de una transición ordenada y resiliente.
A medida que el planeta cambia, las instituciones financieras tienen la oportunidad de liderar una transformación que proteja el valor de los activos, promueva la sostenibilidad y fortalezca la seguridad económica global.
Referencias